El Loco Irlandés
Micky Ward es originario de Lowell, Masachusets. Cepa irlandesa. Su boxeo es el de un obrero con el sol pegado al lomo de 8 a 8. Puro trabajo arduo. Puños sólidos de minero o de albañil. Lo suyo no es el juego de pies -fundamental en el boxeo moderno-, sino plantarse, jabear y preparar el golpe knockeador, por lo general un gancho al cuerpo. El irlandés se faja.
Hicieron una película sobre su vida: "The fighter". La de Micky Ward es la historia de un regreso épico. El 98, dio una paliza que nadie esperaba al "scouser" Neary, a domicilio. En 2001, regaló una carnicería junto a Emmanuel Augustus.
No obstante, hasta 2002, nadie hubiera pensado que Micky Ward sería un peleador legendario o que se convertiría en uno de los más importantes de su generación. Eso, hasta que enfrentó al boxeador del dramatismo: Arturo "Thunder" Gatti.
Guerrero
Gatti había nacido en Italia, vivió en Canadá y representaba a New Jersey. Su estilo es brillante, portentoso. Saber mover sus pies y anticiparse al ritmo del rival. Tiene una virtud que puede ser un defecto: convierte en drama sangriento sus combates. El golpe por golpe alimenta su coraje y las ganas de llegar lo más lejos posible. Vende tickets por la emoción de su estilo. Cava una trinchera en el ring.
Tiene en el cuerpo varias guerras y un extítulo mundial IBF en la categoría súper-pluma. El 96, Wilson Rodríguez casi lo knockea, pero volvió y obtuvo una victoria espectacular. El 97, y con la cara teñida de sangre, protagonizó la pelea del año junto a Gabriel Ruelas, a quién knockeó en el 5°. En 2001, el superestrella Óscar de la Hoya lo desarmó en cinco rounds. El "Thunder", si bien espectacular, tenía muchos altibajos.
Una pelea sin glamour
¿Qué atractivo podía tener una pelea entre el veterano de 36 años Micky Ward y un Arturo Gatti cuya carrera viene en declive? Ni la bolsa en juego era estratosférica, ni el tono previo a la pelea fue encendido. Primó el respeto mutuo. Tenían objetivos distintos: Ward, una última gran pelea; Gatti, relanzar su carrera.
En Mayo de 2002, EEUU se hallaba sumido en una guerra contra el terrorismo islámico en Afganistán, Eminem dominaba las listas con "Without me" y Los Lakers de Kobe y Shaq se encaminaban hacia su tercer título. Entre medio, Gatti-Ward I. Nadie lo vio venir. Los comentadores de la transmisión oficial de HBO no podían creer lo que estaban viendo.
Una lección de velocidad
Fueron 10 rounds del mejor boxeo posible. Hubo de todo.
Al inicio, Ward camina hacia adelante con guardia cerrada, directo a una lluvia de golpes que le caen de todos lados. Gatti está formidable. Literalmente danza. Esquiva con cintura y contraataca con combinaciones de 3 y 4 golpes. Terminado el primer round, el irlandés tiene un corte en un párpado.
El "Journeyman" de Lowell siguió trabajando y, recién en el tercero, logró dar caza a su veloz rival. La guerra se armó. Fue un mano a mano estremecedor. El público ruge. Al sentarse, el excampeón mundial Buddy Mcgirt, entrenador de Gatti, advierte: "No te quedes a recibir los golpes al cuerpo en la corta distancia".
Al final del 5°, Gatti acorraló a su oponente contra las cuerdas y conectó una feroz combinación de ganchos y rectos al rostro. Parecía el fin del esforzado Ward quién, entintado y con la mirada perdida, devolvió la gentileza con cuatro ganchos al mentón, y un par más al cuerpo. ¿De qué fuente secreta sacó fuerza para resistir la presión? El público estaba enloquecido.
El famoso round 9
El Irish comenzó a ganar rounds. Como todo cabeza dura, el castigo es una especie de purgatorio por el que debe pasar antes de probar la victoria. Cuando Gatti muestra signos de cansancio, tiene su oportunidad: lanza piedras en vez de puños. Cabeza-cuerpo-cabeza, justo como en la película.
El estadio se vino abajo cuando Ward, empezando el 9, conectó un gancho al hígado que dobló como un papel a Gatti. El árbitro cuenta. A duras penas el púgil de New Jersey se pone de pie. ¿Cómo iba a perder, justo ahora, después de una brillante actuación? Al reanudarse el combate, el "irlandés" intentó por todos los medios la hazaña del knockout. El castigo es tremendo. Nadie entiende lo que está pasando en el Casino Mohegan Sun de Connecticut.
Sólo un boxeador acorralado puede encender el fuego sagrado. De la nada, y cuando parecía que iba a caer, la chispa en los ojos de Gatti se alzó y lanzó ganchos a las zonas blandas que lograron bajar el ritmo del rival. La cantidad de golpes que ambos se prodigan es indescriptible. La técnica está olvidada, la pelea es una guerra callejera. Se trata del último hombre en pie. El round duró una eternidad. La campana salvó a Gatti. Emanuel Steward, leyenda y comentarista, habla "del round del siglo". Se dieron un combinado de 110 golpes, 81 de ellos de poder.
El último round
El round 10 fue una prueba de valentía y de límites humanos. Arturo Gatti volvió a bailar. Ward, fajador, obrero, apostó a la paciencia. Decidió recibir castigo y aprovechar los momentos en que el bailarín se cansaba. El minuto final es conmovedor. No se dan tregua. Cada golpe es una declaración de principios que hace rugir de emoción a todos los que miran con el corazón en la mano. Al sonar la campana, ninguno de los gladiadores cedió. El resultado ya no importa.
Las tarjetas marcaron decisión mayoritaria: 94-94 empate, 94-93 y 95-93 para el "Irish" Micky Ward.
Legado
Gatti estaba frustrado. Cometió el error de caer en el intercambio con un temible fajador. Rompió un vidrio en el camarín. Al final, declaró: "Perdí, pero no me arrepiento". Ward lloró en silencio y se prometió no volver a pasar por ese castigo. Mintió. En la conferencia final, un reportero preguntó si se odiaban. Gatti replicó: "¿Odiarnos? ¡Nos acabamos de hacer hermanos!". Aquel combate épico fue el inicio de una amistad duradera y una trilogía obligada en la historia del pugilismo mundial.
La revista The Ring la catalogó como la pelea del año de 2002. Hablaron de "una obra maestra de violencia y corazón". Dan Rafael, de Espn, escribió que la pelea iba a ser recordada después de que otros campeones fueran olvidados. Las mejores palabras sobre el combate son del historiador Randolph Sugar: "no fue una pelea, fue un pacto entre dos hombres para dejarlo todo. El tipo de combate que hace a un fanático decir: 'Por esto amo el boxeo'".